El
Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos, que entró en vigor
el año pasado, contiene un plan de acción para derechos laborales, incumplido
según la no gubernamental Oficina en Washington para América Latina (WOLA por
sus siglas inglesas), que dirigió el 25 de febrero una carta al gobierno
colombiano.
"La situación del sindicalismo sigue grave. Aunque hubo una importante baja en el número de sindicalistas muertos en los últimos años, ser militante laboral sigue siendo una ocupación muy peligrosa. Las amenazas contra líderes han aumentado en el último año. Ningún caso ha llegado jamás a una condena", denunció Adam Isacson, de WOLA.
"Y ahora vemos que algunos de los compromisos del Plan de Acción están siendo incumplidos, especialmente los que tienen que ver con la disolución de cooperativas y las inspecciones", explicó.
"La situación del sindicalismo sigue grave. Aunque hubo una importante baja en el número de sindicalistas muertos en los últimos años, ser militante laboral sigue siendo una ocupación muy peligrosa. Las amenazas contra líderes han aumentado en el último año. Ningún caso ha llegado jamás a una condena", denunció Adam Isacson, de WOLA.
"Y ahora vemos que algunos de los compromisos del Plan de Acción están siendo incumplidos, especialmente los que tienen que ver con la disolución de cooperativas y las inspecciones", explicó.
En Brasil, los dos mayores problemas del
sindicalismo, en el que prevalecen corrientes izquierdistas, son "la baja
representatividad y la excesiva fragmentación", según José Dari Krein,
director del Centro de Estudios Sindicales y Economía del Trabajo de la estatal
Universidad de Campinas.
La legislación brasileña estipula un impuesto anual equivalente a un día de trabajo a todos los empleados para financiar los sindicatos. Es "un cuchillo de dos filos", pues asegura autonomía financiera y legal ante las empresas, pero "genera vicios, como la larga permanencia en los cargos de dirección" y baja representatividad, estima Dari.
Las organizaciones brasileñas, que "entraron en crisis" en los años 90 debido al alto desempleo y a la represión gubernamental, se vienen recuperando, favorecidas por el dinamismo actual del mercado laboral, según Dari.
"El año pasado se registraron muchas huelgas" y la conflictividad irá en aumento en la medida en que la industria enlentezca su producción.
En Argentina, el sindicalismo aparece más fragmentado por su ubicación ante el gobierno del Frente para la Victoria, sector centroizquierdista del Partido Justicialista (peronista).
La Confederación General del Trabajo (CGT), que en los años 40 se constituyó en pieza fundamental del engranaje peronista, vivió en 2011 una nueva división ante otro gobierno de ese origen.
El sector de la CGT liderado por el camionero peronista Hugo Moyano se distanció el año pasado del gobierno que había apoyado desde 2003.
La otra facción de la CGT, encabezada por el metalúrgico Antonio Caló, aparece hoy más cercana al gobierno.
En los años 90 surgió en ese país una segunda agrupación de tercer grado, la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), que se hizo fuerte en su resistencia al proceso de venta de las empresas públicas llevado a cabo por el gobierno de Carlos Menem (1989-1999).
De tendencia centroizquierdista y ajena al peronismo, la conformaron sindicatos de maestras, empleados públicos, judiciales y otros, disidentes de la CGT, así como agrupaciones de jubilados, de desempleados y de sectores ignorados por el sindicalismo tradicional.
También la CTA se fracturó en 2010 ante el dilema de cómo reaccionar ante un gobierno con similitudes ideológicas.
Por estas y otras razones, el divisionismo parece ser uno de los peores virus del movimiento sindical latinoamericano.
La legislación brasileña estipula un impuesto anual equivalente a un día de trabajo a todos los empleados para financiar los sindicatos. Es "un cuchillo de dos filos", pues asegura autonomía financiera y legal ante las empresas, pero "genera vicios, como la larga permanencia en los cargos de dirección" y baja representatividad, estima Dari.
Las organizaciones brasileñas, que "entraron en crisis" en los años 90 debido al alto desempleo y a la represión gubernamental, se vienen recuperando, favorecidas por el dinamismo actual del mercado laboral, según Dari.
"El año pasado se registraron muchas huelgas" y la conflictividad irá en aumento en la medida en que la industria enlentezca su producción.
En Argentina, el sindicalismo aparece más fragmentado por su ubicación ante el gobierno del Frente para la Victoria, sector centroizquierdista del Partido Justicialista (peronista).
La Confederación General del Trabajo (CGT), que en los años 40 se constituyó en pieza fundamental del engranaje peronista, vivió en 2011 una nueva división ante otro gobierno de ese origen.
El sector de la CGT liderado por el camionero peronista Hugo Moyano se distanció el año pasado del gobierno que había apoyado desde 2003.
La otra facción de la CGT, encabezada por el metalúrgico Antonio Caló, aparece hoy más cercana al gobierno.
En los años 90 surgió en ese país una segunda agrupación de tercer grado, la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), que se hizo fuerte en su resistencia al proceso de venta de las empresas públicas llevado a cabo por el gobierno de Carlos Menem (1989-1999).
De tendencia centroizquierdista y ajena al peronismo, la conformaron sindicatos de maestras, empleados públicos, judiciales y otros, disidentes de la CGT, así como agrupaciones de jubilados, de desempleados y de sectores ignorados por el sindicalismo tradicional.
También la CTA se fracturó en 2010 ante el dilema de cómo reaccionar ante un gobierno con similitudes ideológicas.
Por estas y otras razones, el divisionismo parece ser uno de los peores virus del movimiento sindical latinoamericano.
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