sábado, 29 de noviembre de 2014

Griffith Park: aprendiendo de mi padre en L.A.(2)


Simulador espacial en el Parque Griffth, cuyo abordaje cuesta $3. 
Griffith Park, Página 2 

También tiene canchas de tenis, caminos para andar a caballo y hasta un campo alambrado de béisbol con bancas para los aficionados.

Retomé mi paso, y ya con dos millas de recorrido, alcencé un altiplano dónde un grupo de unos 10 migrantes latinos comenzaban un juego de fútbol en el pasto , cercano a un área de recreo para familias,  mientras que un equipo de paramédicos atendía a una mujer de pelo rubio varada en un sendero para corredores de tierra y arena que lleva a la parte superior del parque.

Un paramédico murmuró algo, y en unisono sus compañeros fijaron sus miradas en mi, forzandome a  frenar un poco para evitar un choque. Me propuse llegar a la entrada del zoológico sin parar, la que estaba a milla y media de distancia.

Después de unos 45 minutos y tres millas y media de recorrido, arribé a mi destino, y me encontré con Sam, un ex-socio de mi padre. Sam, un inmigrante libanés, lleva trabajando por lo menos 25 años en el ramo en el mismo lugar. Hoy es dueño de su negocio, un carrito atiborrado de mercancía para turistas y visitantes, consecionado por el Departamento de Parques y Recreaciones de Los Angeles.

Sonrió al reconocerme, pero dijo no haber tenido noticia del fallecimiento de mi padre hasta que le informé.  Charlamos un poco de los viejos tiempos, de las asoleadas que se llevaban en los veranos al trabajar jornadas de 10 o 12 horas, de mis incursiones muy intermitentes como asistente de mi padre,  y de sus ex-jefe, un judio-americano llamado Bernard “Bernie” Kessler, quién ahora vive en Glendale, AZ.

“Tu papá fue un buen hombre. Hablabamos bien y nos llevabamos bien. Recuerdo que muchas veces trajo a tu mamá y a otros de la familia para ayudarle en el trabajo. Le ayudaban mucho en las ventas, y les pagaba su buen salario”, mencionó Sam.

Cuando le pregunté por Kessler, Sam cambió su tono de voz casi hasta enfurecerse, y remató con firmeza: “Ese pedidor bastardo haciendo de las suyas. Tiene un empleado en [Los Angeles], más no se que ha sido de él. Hace unos tres años que no platico con él”.

Al insistir si Kessler continúa en el rubro, Sam respondió que sí, que aún es dueño de un organismo sin fines de lucro para defender a las mascotas de la eutanasia llamado HELP,  y que representa una competencia.

Decidí marcharme, ya que turistas comenzaban a cargarlo de trabajo, y de plano me ignoró un par de últimas  preguntas sobre el parque.

Regresé por la misma ruta, tomé un descanso al llegar a la sección de montaje de ponis, y me propuse lograr otra expedición al Parque Griffith, para retomar una rutina de ejercicios que siento me caen muy bien, y para darle un seguimiento intimo a algunos confines dónde mi padre pudo fincar algunos de sus sueños. 

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