viernes, 19 de agosto de 2011

Sepsis y la batalla por la vida de Ernesto (1)


Por Alfredo Santana

Al revisar con cuidado los archivos médicos de mi hermano Ernesto, durante su estancia en el hospital judio Cedars Sinai de Beverly Hills en Octubre del 2007, me enteré que la causa ofical de su fallecimiento fue sepsis, una enfermedad bacteriológica que ataca a las personas con defensas corporales débilitadas.

Si bien las lesiones que recibio al sufrir un accidente en un minivan cuando viajaba rumbo a la universidad UCLA, aquel fatidico 16 de octubre, se deben en gran parte a que el conductor del van de la compañía Access Paratransit no le instaló el cinturón de seguridad superior, la infección se debio a que su cuerpo sufrió mucho por las fracturas causadas en el percance.

Esa fecha Ernesto, quien estaba a pocos meses de graduarse con un diploma profesional del Departamento de Español de UCLA, tuvo tres fracturas, dos en sus piernas, una en la izquierda, y otra en el fémur derecho, y otra en la costilla superior derecha.

Hace ya algún tiempo había revisado estos documentos, y había leído la causa oficial determinanda por su especialista, el doctor Robert Bernstein, quien realizó las operaciones reconstructivas de las piernas. Bernstein, especialista en Osteogenesis Imperfecta (OI), ahora trabaja en un hospital de la ciudad de Nueva York.

Sin embargo, yo desconocía como la también llamada septicemia ataca al cuerpo humano.

Según explica la página médica de internet PubliMed Health, localizada en la dirección http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmedhealth/PMH0001687/, sepsis “es una enfermedad severa causada por bacterias”, y las tóxinas que éstas dejan en el flujo sanguineo.

La misma página indica que en niños, y “en pacientes hospitalizados, los lugares por donde la infección se adentra al cuerpo incluyen líneas intravenosas, heridas de cirugía, heridas para tomar muestreo de sangre con agujas y otros, heridas para limpiar el cuerpo de sustancias tóxicas, y escaras causadas por estar acostado en cama”.

A pesar que mi hermano se mostraba delicado previo a su operación, Ernesto estaba lucido, respiraba por sí solo, y se mostraba optimista, aunque con cautela, de que se iba a sobreponer a esa cirugía. Inclusive, la noche anterior a su operación, hablamos sobre un juego de fútbol que era televisado en ese momento. Me preguntó que si lo miraba, “porque ya se iba a terminar, y México iba perdiendo 2-1 ante Guatemala”, en el Coliseo Memorial de Los Angeles.

Le dije que no, porque yo creía que los Aztecas eran producto del marketing, y no porque deveras fuera un buen equipo. Nos reimos un poco, y le dije que al día siguiente lo acompañaría en el hospital durante, y después de la cirugía.

Previa cirugía, mis padres y hermanos debatimos con el doctor Bernstein sobre el riesgo inherente de una operación reconstructiva para Ernesto, quien tenía 36 años. Manejamos la posibilidad de que fuera enyesado, o fuese corregido de las fracturas, con ferulas exteriors que inmovilizaran sus piernas. Bernstein desecho esa posibilidad, ya que pronosticó que la inmovilidad en un adulto de esa edad, con esa condición le causaría posiblemente la muerte.

Sin embargo, yo creo el doctor nunca estudio la latente posibilidad de un contagio bacteriológico post-operativo, debido a un debilitado sistema inmunológico de Ernesto, por su condición, y por sus severas lesiones. En otras palabras, Bernstein, como profesional, y como especialista en OI, debio de haber medido, juzgado mejor, la posibilidad de no intervenirlo.

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