lunes, 31 de enero de 2011
En memoria a mi padre José Santana Díaz
Por José Alfredo Santana.
Inicio de una serie
Mi nombre es José, asi como el de mi padre.
Por causas que tienen que ver con lo común de nuestros nombres en la comunidad latina, yo decidi utilizar Alfredo, mi segundo nombre, para cuestiones de escuela, cosas periodisticas, y como nombre regular de presentación ante propios y extraños casi desde que vine, y emigre en 1988 a en este país.
Sin embargo, José siempre ha sido parte de mi vida, de mi persona, y de mi nombre.
Mi padre notó, las veces que leyó mi nombre escrito en créditos de autor en notas en español, que mi nombre completo de pila lo había dejado de lado. El me siguió llamando “José Alfredo”.
“Y porque no te llamas José Alfredo, ahí en el periódico, en tus escritos”? alguna vez me cuestiono.
“Es por cuestión practica”, le dije. “De esa forma, es un poquito corto y evito errores tipográficos.”
No se si lo convencí, y quiza no me creyo. Pero no lo tomo mal. Igual apreciaba el trabajo de su hijo. Como padre, era un maestro en realzar las cosas positivas logradas por sus hijos, antes de demonizar la falta de visión mia de enorgullecerse por llevar un nombre tradicional en nuestras comunidades.
Mi padre parecía estar fisicamente bien, hasta hace dos días, cuando un aparente ataque al corazón, causado por alta presión sanguinea, lo dejo inconsiente en la entrada del baño en el apartamento que ocupaba en el 2400 San Dimas Canyon Rd., habitación 220, en la ciudad de La Verne. Cuando los paramedicos llegaron a atenderlo, a eso de las 11:30 p.m., no pudieron recuperarlo. El tenía 75 años de vida.
Creo que como varones, muchos latinos en particular, miramos en nuestros padres a los verdaderos maestros iniciales en nuestras vidas. Los que somos afortunados de tenerlos de nuestro lado, viviendo con nuestras madres hasta que nos convertimos en adultos, sabemos que ellos, aunque a veces no tengan demasiada preparación educativa formal, son bibliotecas andantes llenas de buenos consejos, con secretos importantes que los van revelando conforme uno llena las expectativas, y hace buen uso de razón para conservar recursos y bienes duramente logrados.
Pero personas como el, en su forma y directriz de ser, nunca dejo de buscarme, y apreciarme por lo que soy, y no por lo que aprendi gracias a estudios en el colegio, o la universidad.
Una cosa que no tuve la satisfacción de brindarle a mi padre es el haber logrado una casa propia, por ejemplo, o ya tener hijos propios. El me insistió, después de la partida de mi hermano Ernesto, que con mis ahorros era tiempo de comprar una casa, que si era razonablemente administrada, podría serme de mucha utilidad rumbo al futuro, mirandome con familia.
“Además, es el momento propicio, con los intereses tan bajos como nunca se habían visto...”, insistia firmemente. Yo tuve temor de meterme en una situación que requiere mucho sacrificio personal, y financiero.
Pero hoy lo comprendo mejor.
Desde antes de emigrar a Los Angeles, mi padre proveyó, con la ayuda de mi madre, vivienda digna para la familia. Aún meses antes de tomar la decisión de mudarnos a este país, antes que nada por buscar un tratamiento médico de vanguardia para Ernesto y mi hermana Olympia, ambos con discapacidades congénitas llamadas Osteogenesis Imperfecta, enfermedad que forja huesos débiles, mi padre se aseguro que tuvieramos buena educación elemental, un buen techo, víveres, y buena ropa.
Cuando vivimos en la ciudad de Guadalajara, México, mi padre inclusive fue jefe, y dueño de una pequeña empresa, con unos 30 empleados, donde se manufacturaban bolsos para mujeres.
Fueron tiempos de bonanza, y crecimiento familiar.
Lo que me impresionó de sobremanera de Jose Santana Díaz, mi padre, fue su incansable determinación por lograr sus metas trazadas. Llego a tener varias propiedades en bienes raices, y se echo una carga de compromisos, laborales, fiduciarios y familiares (fuimos siete de familia) que yo he tenido temor de siquiera planear.
Inclusive, gracias a su creatividad y capacidad de adaptación, combinada con arduo trabajo, logró comprar, y pagar por completo, la casa de mi madre donde yo aún vivo en el barrio de Highland Park, en menos de 10 años. Y yo hablo de una casa cuyo valor ronda en $350,000.
Se que muchos padres inmigrantes dejan a sus familias, y emigran en busqueda de mejores horizontes, que devengen dignos salarios para ayudar a los suyos. Aún son pocos los que a través de programas de unificación familiar de inmigración califican para emigrar seguramente a sus seres queridos.
Pero al emigrar y dejar a hijos pequenos detrás, estos padres pierden valiosos meses y años en servir como guías, tanto familiares como educativas, de sus hijos.
Yo tuve la gran fortuna de vivir al lado de mi padre gran parte de mis ya 40 años. Y aprendí con el lo que en las universidades con tendencia a lo técnico y moderno, y cada vez más globales, raramente uno aprende: el trabajo honesto dignifica a el hombre, y sirve como cimentación para la creación de buenos hogares.
Y este trabajo incluyó en muchas ocasiones hacer trabajo sucio y duro: excavar agujeros para cimentaciones, limpiar escombro y pintar interiores de casas, acarrear ladrillos para fincar lotes y paredes, trabajar en mecánica automotriz, buscar la manera de encontrar el dinero necesario para pagar adeudos, o letras, de acreedores de materia prima, albañilería, etc.
Lo vi haciendo esto que menciono muchas veces. Pero también con el aprendi a no temer al trabajo de esa forma. O por lo menos, no temerle tanto.
Rubén Martínez, un periodista y profesor de escritura creativa en la Universidad de Loyola Marymount, quien ha escrito ensayos y reportajes sobre los cambios demográficos y culturales creados gracias a las olas de inmigrantes de México y Lationamérica en la región de Los Angeles, me lo dijo mejor cuando le entere de mi devastadora noticia:
“Hay un dicho que cuando se muere alguien una biblioteca se quema, y nos queda a los vivos mantener esas memorias”.
En los siguientes días, tratare de recolectar, plasmar, y mantener el nombre y la memoria, por medio de escritos y fotografías, de Jose Santana Díaz, su familia, y su legado lo mejor posible.
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2 comentarios:
Gracias por escribir esta nota, José Alfredo. Ambos padre y madre nuestros trabajaron duro por proveernos un hogar digno y estable. Ahora es nuestra responsabilidad mantener la memoria de nuestro padre viva. -Un abrazo de tu hermana Susana
There's a lot of adjetives that would qualify when referring to papa. Businessman, merchant, laborer, arquitect, traveler, bohemian, trucker, salesman, musician, writer... But over and
above them all, he will always be papa. Let's rejoice on those things that both papa and mama have tought us, given us, and let's record it, both in paper and in our hearts.
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