De las 47 universidades estatales y gratuitas
existentes en Argentina, nueve se crearon en la última década con el fin de
mejorar este tipo de oferta educativa en zonas populosas y de bajos recursos. A
pesar de esta expansión y de estrategias de apoyo, la deserción es difícil de
detener.
Uno de los resultados de esta política inclusiva hacia amplias
capas sociales es que “80 por ciento de los nuevos estudiantes son primera
generación de universitarios en su familia”, dijo el secretario de Politicas
Universitarias del Ministerio de Educación, Martín Gill.
La referencia es a las nuevas universidades que se asientan en Avellaneda, José C. Paz,
Merlo, Moreno y Florencio Varela, que están entre los distritos con más
población y mayor cantidad de hogares obreros y de menores ingresos del
cinturón contiguo a la ciudad de Buenos Aires.
Las otras cuatro fundadas en los últimos 10
años, que corresponden a los períodos de gobierno de los centroizquierdistas
Néstor Kirchner (1950-2010) y su esposa Cristina Fernández, están ubicadas en
las provincias de Chaco (nororiente), Río Negro (sur), San Luis (oeste) y
Tierra del Fuego (extremo sur), donde hasta ahora no había ninguna universidad
pública.
“La educación universitaria es un derecho y el
Estado debe garantizarlo”, remarcó Gill.
Esa
política, añadió, se complementa con una mayor oferta de becas. “Si bien
nuestras universidades estatales son gratuitas, durante mucho tiempo solo
llegaban a ellas los que vivían más cerca de sus sedes y tenían las mejores
condiciones socioeconómicas”, precisó.
El total de becas que el Estado paga a
estudiantes de escasos recursos aumentó de 2,000 a 47,000 entre 2003 y 2013 y
actualmente la mitad está orientada a aquellos que elijan entre 200 carreras
científicas y tecnológicas, prioritarias para el programa de desarrollo en
marcha en Argentina.
Gill explicó que las nuevas universidades del
cordón de localidades que rodean a Buenos Aires, ya en jurisdicción de la
provincia homónima, “son unidades pequeñas y flexibles”, con fuerte inserción
territorial, pero mantienen elevados niveles de calidad educativa, aseguró.
Como ejemplo de ello mencionó el Centro de
Biotecnología de la Universidad Nacional de San Martín, “que es el más grande
de América Latina”, la carrera de ingeniería en petróleo de la flamante
Universidad Nacional Arturo Jauretche, de Florencio Varela, y la unidad de
estudios económicos surgida en la Universidad Nacional de Moreno.
También destacó el trabajo de investigación de
la Universidad Nacional de Quilmes, creada antes de este período pero inmersa
en el plan de expansión educativa, que desarrolla junto a otros centros
académicos nacionales y de Cuba la vacuna terapéutica contra el cáncer de
pulmón, que estará disponible a partir de este mes para tratamientos, sumándose
así a la radio y quimioterapia.
Gill recordó que, cuando se lanzó la política de abrir
universidades estatales en el llamado “Conurbano” de Buenos Aires, la idea era
desconcentrar a la Universidad de Buenos Aires (UBA), la tradicional megaunidad de altos estudios
fundada en 1821 en la capital.
A pesar de que la UBA mantuvo su caudal de
alumnado, gracias a su gran prestigio nacional e internacional, en las
universidades de la zona metropolitana se inscribieron este año 67,000 jóvenes.
“Es una política que genera una movilidad social ascendente muy marcada”,
resaltó.
El Ministerio de Educación da cuenta que la
cantidad de argentinos que accedieron a la universidad aumentó en los últimos
10 años 28 por ciento y los egresos 68 por ciento, y que la inversión pública
en el sector pasó de 0.5 a 1.02 por ciento del producto interno bruto (PIB) en
igual lapso. También informa que entre 2001 y 2010, mientras la población creció
10 por ciento, la que cuenta con estudios superiores subió 54 por ciento.
Lea Universidades, parte 2.
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