Egipto, Parte 2.
Obviamente, los militares, que gozan de enormes beneficios financieros y de la libre propiedad de vastas y costosas tierras, de clubes sociales exclusivos y de descuentos en casi cada compra.
Obviamente, los militares, que gozan de enormes beneficios financieros y de la libre propiedad de vastas y costosas tierras, de clubes sociales exclusivos y de descuentos en casi cada compra.
Ellos no quieren inspecciones a los sobornos
que reciben por las exhorbitantes compras de armamentos. Ellos sacaron a sus
partidarios a las calles.
La Iglesia Copta de Egipto, cada vez más
militante, que controla a los cinco millones de cristianos del país y que a su
vez poseen importantes intereses económicos, también quiere un regreso al
gobierno militar. Y empujó a sus seguidores, en masa, a las calles.
Morsi y los islamistas habían introducido la
idea de legislar para imponer controles sobre las finanzas de la Iglesia,
medida que se topó con la fuerte oposición del clero cristiano. Al nuevo y
controvertido papa copto Teodoro II le resultó muy fácil enviar a cientos de
miles de sus feligreses a las calles para pedir el derrocamiento de Morsi y
mezclar el reclamo con las quejas sobre la seguridad.
Hay también una conspiración de exmiembros del
régimen de Hosni Mubarak (1981-2011) que no tienen estómago para un sistema de
frenos y equilibrios. Además, la fuerza policial, que prosperó en base a
asesinatos y que disfrutó de los beneficios del régimen, nunca se sintió cómoda
con un cambio de régimen y una democracia.
Después de todo, a muchos de sus integrantes
les aguardaban juicios por abusos a los derechos humanos.
Todos ellos protestaban contra Morsi, sin
paciencia para esperar un cambio democrático.
Ciertamente hay otros pilares del régimen de
Mubarak, como el gran imán de la mezquita Al-Azher, jeque Ahmed el-Tayeb,
bastión del Islam sunita, cuyo rol fue siempre blanquear los abusos de
dictadores como hechos justificables mediante la religión, a través de una
serie de controvertidas “fatuas” (edictos religiosos). Él enfrentaba el
fantasma de una eventual destitución bajo el gobierno de Morsi.
Otros que querían el regreso del régimen
militar bajo una delgada máscara civil son los salafistas, que cuentan con
respaldo de Arabia Saudita.
Este grupo religioso profesa la idea de “nunca
disputar al gobernante en su gobierno” y se adhiere al lado conservador del
Islam, de un modo muy similar al sistema religioso saudita, que da más
importancia a la vestimenta que a la forma de gobierno de los musulmanes, y en
colisión directa con la ideología de la Hermandad Musulmana, que promueve la
participación política.
Todos ellos encontraron su punto de
confluencia en un general del ejército ambicioso, pero poco conocido, que puso
su mira en el gobierno de Egipto y planificó erradicar la Constitución, la
legitimidad y las elecciones según su capricho.
Sin duda, Morsi y los islamistas cometieron
muchos errores. El mandatario lo admitió en sus últimos discursos y prometió correcciones
en su calidad de presidente democráticamente elegido.
La forma de resolver esos problemas debió
haber sido a través de las urnas, y no mediante un golpe que ya es
sangriento. Ahora, la democracia se desangra.
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