Por Alfredo Santana
Felipe Santana Hueso y su esposa Josefina Flores son
sobreviventes y testigos de la Guerra Cristera en el poblado de Ejutla Jalisco, y contaron cómo el padre Rodrigo
Aguilar, canonizado por el Papa Juan Pablo II, fue ahorcado por gendarmes
durante el tiempo del gobierno del general mexicano Plutarco Elías Calles.
Felipe, quién nació en el año 1923, dijo que la noche del 29 de octubre de 1927 a la 1 a.m. miembros
de un batallón de soldados se reunió en la plaza central del pueblo al frente
de la iglesia, y lanzaron una soga sobre una rama de un frondoso árbol de
mango, para subir al padre Aguilar, mártir del movimiento civil.
“Ví cuando estaban en la plaza colgando al padre Rodrigo. Ví
cuando lo colgaron. Vine a la casa y les dije a mi familia que habían colgado a
un padre”, dijo Felipe, quién cumplirá 90 años el 7 de septiembre. “Nomás estaba diciendo que lo ahorcaran,
debido a que seguía a Cristo Rey”.
A pesar de que Felipe ha desarrollado sordera, Josefina
mencionó que cuando escuchaba bien él le narró parte de los relatos entre los
soldados y el párroco minutos antes de ahorcarlo.
“Lo subieron una vez con una soga, y lo bajaron tantito. El
padre decia: ¡Que viva Cristo Rey! Y no bajaba de eso. Y los otros eran revolucionarios”, dijo Felipe,
quien tenía cuatro años cuando atestiguó el ahorcamiento de Aguilar.
Sin embargo, fue José Flores, el tio de Josefina, quién le
contó con detalles la muerte del cura.
“Mi madre estaba moliendo en casa en el metate, y que llega
un soldado y dice ‘madre, en donde están las muchachas? ¿Y luego tu que estás
haciendo?’”
La madre de Josefina respondió “pues moliendo maiz para
cenar,” y que no había muchachas en casa. Después el soldado le pidió le
prepara un sope de maza cubierto con carne picada y verduras para cenar, ya que
era de noche.
Al poco tiempo llegó otro gendarme, y también le preparó
comida “y ambos cenaron muy a gusto”, le contó su madre a Josefina.
Josefina dijo que cuando terminaron de cenar, el mayordomo
de los ‘guachos’ le firmó un documento a la señora para en caso alguien de sus
tropas los molestara, lo produjera para que dejaran en paz a su familia. “Lo
miró y sí estaba bien escrito”, mencionó, citando a su madre.
Cuando los soldados se marchaban, su tio José llegó
corriendo a informarle a su madre las noticias de la plaza.
“Decían, ¿quién vive? Querían que dijera que viva el supremo
gobierno y ‘no te colgamos’. Y el decía ‘Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe’.
Y lo bajaban otra vez, y le preguntaban quién vive, y el decía Cristo Rey y la
Virgen . Lo subieron tres veces, y a la tercera lo dejaron allí”, relató
Josefina. “Todo el mundo se iluminó de
blanco”.
Felipe mencionó que sólo unos cuantos contemporaneos aún viven en la región que fueron testigos de
esa guerra, y que antes el tren de vida y alimentos menos dependientes de
hormonas permitían a sus residentes vivir más años .
“Antes habían muchos viejitos en la mayoría de las casas, casi
era rara la casa que no tuviera viejitos”, dijo Felipe con voz quebradiza. “Quién
sabe porque antes la gente duraba mucho más que ahora. Antes nos daban de bastimento
un pedazo de carne de puerco y trascendia tan bonito. Ahora ya ni huele, por
tantos químicos”.
Josefina agregó que los populares, o Cristeros opuestos al
regimen de Elías Calles, le robaron a su padre cobijas y otras pertenencias
cuando vivía en rancho cercano llamada El Estanco.
“Mi padre era muy matado y muy arreglado en sus cosas. En su
familia eran cuatro hombres y dos mujeres. Les llegaron a robar cobijas
nuevecitas, los populares abrían la puerta y los dejaban en el puro frillazo”,
dijo Josefina.
Tan friccionada estaba la región entre católicos y la armada
federal que tres o cuatro años antes de la muerte de Aguilar un grupo de Cristeros iba a colgar
erroneamente al abuelo de Josefina al acusarlo de “darle de comer a los
militares”.
Lo tomaron en una emboscada, lo llevaron a un árbol en las
orillas del pueblo, le echaron la soga al cuello, cuando alguien que pasaba
preguntó que le iban a hacer.
Eventualmente Don Julián Velazco, amigo de los líderes Cristeros
de la región, intervino para ofrecer su vida a cambio de la del abuelo de
Josefina, ya que él “era un campesino de quién dependían sus hijos e hijas”.
Ambos salieron vivos y libres, dijo Josefina.
Favor de leer Cristeros, Parte 2.
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