Fiscal especial Natalio Alberto Nisman. |
La muerte de un fiscal que investigaba uno de los mayores
misterios sin resolver de la historia de Argentina, el atentado hace más de 20
años contra un centro judío, pone a prueba una democracia inmadura, en una
trama de hipótesis conspirativas y de promiscuidad entre los servicios secretos
y el poder.
La víctima es Natalio Alberto Nisman, hallado
muerto el domingo 18 de enero, la víspera en que debía presentar al Congreso
legislativo pruebas de que la presidenta Cristina Fernández había incurrido,
según su denuncia, en el encubrimiento de cinco iraníes sospechosos del
ataque contra la AMIA, el 18 de julio de 1994, que dejó 85 muertos y 300
heridos.
El escenario -de lo que fue tipificado hasta
ahora como una muerte dudosa, en la que cabe investigar “si hubo algún tipo de
inducción o instigación a través de amenazas”- es su departamento en el barrio
de Puerto Madero, en la capital Buenos Aires.
“Este misterio se parece más al del cuento
‘Los crímenes de la calle Morgue’ que Edgar Allan Poe publicó en 1841: puertas
cerradas por dentro, sin balcón, en el piso 13 de una torre inaccesible de otro
modo, el cuerpo caído en el piso del baño bloqueando la puerta… un solo disparo
en la sien y sin intervención de terceras personas…”, consideró el periodista
Horacio Verbitsky en el diario progubernamental Página 12.
Los argentinos suelen recurrir a la novela
negra para contar su propia historia.
Entre los casos reales más emblemático y nunca
aclarados está el de la desaparición de las manos del cadáver embalsamado del
expresidente Juan Domingo Perón, en 1987, que se atribuyó a un ritual de la
logia masónica P2, a un intento de golpear la renaciente democracia, o el deseo
de destruir simbólicamente el culto al exmandatario, que gobernó el país entre
1946 y 1955 y entre 1973 y 1974.
Pero en el actual contexto global y tras una
no muy lejana dictadura militar (1976-1983), que dejó 30,000
desaparecidos, la muerte del fiscal revivió en los argentinos una sensación de
indefensión y “déjà vu” (ya visto), con ingredientes policiales de los
nuevos tiempos.
“Todos somos vulnerables. Hoy vinieron por él,
mañana vendrán por nosotros”, argumentó la docente Rita Vega, mientras
participaba la noche del mismo lunes 19 en una protesta contra esa muerte ante
la Casa Rosada, la sede de la presidencia.
La manifestación fue convocada por las redes
sociales bajo el lema “Yo soy Nisman”, inspirado en el que se globalizó tras el
atentado en Paris contra el semanario satírico Charlie Hebdo, el 7 de enero.
“La democracia argentina, que está entrando en
su año 32, es suficientemente sólida y pacífica como para aguantar cimbronazos
al estilo de la muerte del fiscal Alberto Nisman”, aseguró el analista
internacional Martín Granovsky.
La muerte divide una vez más a la sociedad
argentina entre quienes desde la oposición endilgan la muerte de Nisman al
gobierno y quienes desde la cercanía al gobierno esgrimen que el fiscal se
suicidó porque no tenía pruebas suficientes para sustentar sus acusaciones, o
que fue “inducido” a matarse.
El secretario general de la Interpol, Roland
Kennet, había desmentido la acusación de Nisman (basada en escuchas
teléfonicas) de que la presidenta y algunos colaboradores habrían solicitado
levantar las órdenes de captura internacional contra cinco iraníes sospechosos
del ataque a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina).
Nisman acusó a Fernández el 14 de enero de
supuesto encubrimiento, con el objetivo de “acercarse al régimen iraní y
restablecer relaciones comerciales plenas para aliviar la severa crisis
energética argentina, mediante un intercambio de petróleo por granos”.
Lea Nisman, Página 2.
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