Simulador espacial en el Parque Griffth, cuyo abordaje cuesta $3. |
Griffith Park, Página 2
También tiene canchas de tenis, caminos para andar a caballo
y hasta un campo alambrado de béisbol con bancas para los aficionados.
Retomé mi paso, y ya con dos millas de recorrido, alcencé un
altiplano dónde un grupo de unos 10 migrantes latinos comenzaban un juego de
fútbol en el pasto , cercano a un área de recreo para familias, mientras que un equipo de paramédicos atendía
a una mujer de pelo rubio varada en un sendero para corredores de tierra y
arena que lleva a la parte superior del parque.
Un paramédico murmuró algo, y en unisono sus compañeros
fijaron sus miradas en mi, forzandome a frenar un poco para evitar un choque. Me propuse
llegar a la entrada del zoológico sin parar, la que estaba a milla y media de
distancia.
Después de unos 45 minutos y tres millas y media de
recorrido, arribé a mi destino, y me encontré con Sam, un ex-socio de mi padre.
Sam, un inmigrante libanés, lleva trabajando por lo menos 25 años en el ramo en
el mismo lugar. Hoy es dueño de su negocio, un carrito atiborrado de mercancía
para turistas y visitantes, consecionado por el Departamento de Parques y
Recreaciones de Los Angeles.
Sonrió al
reconocerme, pero dijo no haber tenido noticia del fallecimiento de mi padre
hasta que le informé. Charlamos un poco
de los viejos tiempos, de las asoleadas que se llevaban en los veranos al
trabajar jornadas de 10 o 12 horas, de mis incursiones muy intermitentes como
asistente de mi padre, y de sus ex-jefe,
un judio-americano llamado Bernard “Bernie” Kessler, quién ahora vive en
Glendale, AZ.
“Tu papá fue un buen hombre. Hablabamos bien y nos
llevabamos bien. Recuerdo que muchas veces trajo a tu mamá y a otros de la
familia para ayudarle en el trabajo. Le ayudaban mucho en las ventas, y les
pagaba su buen salario”, mencionó Sam.
Cuando le pregunté por Kessler, Sam cambió su tono de voz
casi hasta enfurecerse, y remató con firmeza: “Ese pedidor bastardo haciendo de
las suyas. Tiene un empleado en [Los Angeles], más no se que ha sido de él.
Hace unos tres años que no platico con él”.
Al insistir si Kessler continúa en el rubro, Sam respondió
que sí, que aún es dueño de un organismo sin fines de lucro para defender a las
mascotas de la eutanasia llamado HELP, y
que representa una competencia.
Decidí marcharme, ya que turistas comenzaban a cargarlo de
trabajo, y de plano me ignoró un par de últimas preguntas sobre el parque.
Regresé por la misma ruta, tomé un descanso al llegar a la
sección de montaje de ponis, y me propuse lograr otra expedición al Parque
Griffith, para retomar una rutina de ejercicios que siento me caen muy bien, y
para darle un seguimiento intimo a algunos confines dónde mi padre pudo fincar
algunos de sus sueños.
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