Entrada al zoológico de Los Angeles, CA., en el Parque Griffith. |
Por J. Alfredo Santana
Al visitar el Parque Griffith de Los Angeles en busqueda de
la historia laboral de mi padre José Santana, me enteré que dos de sus ex-socios laborales siguen en el campo de las ventas.
Esto mientras recorrí un poco más de tres millas trotando por caminitos cuesta arriba.
Su sombra, a tres años de su partida, e imagen cómo vendedor
de juguetes y sombreros en la entrada al zoológico de la ciudad, me motivaron a
recorrer, por primera vez en mi vida a pie los caminitos que miles de angelinos
usan a diario para ejercitarse, o para montar a caballo entre majestuosos árboles
de tallos rojizos y verdes praderas que parecen son transplantadas de los cuentos
de hadas.
Al comenzar mi trote en la entrada ubicada al cruce de las
avenida Riverside y el bulevar Los Feliz, divisé un trenecito de cinco o seis
vagones lleno de niños y adultos, que se deslizaba como una serpiente por un
costado del parque que encara la autopista 5.
El sonido de sus llantas de metal
y la ocarina al hacer “chuuu chuuuuu”
forzaban a los adultos que disfrutaban en las mesas de cemento la lectura del “Los
Angeles Times” y de contratistas hacienda
cuentas y números a vertir sus miradas,
un tanto perplejas rumbo al atiborrado tren.
Un viaje en el
trenecito de unas tres millas cuesta $2.25 por cada infante, y $3.00 para cada
adulto. Mi padre me decía que ese tren era un gran imán para las familias con
pequeños, en particular los fines de semana.
Es parte de la atracción llamada “Griffith Park Southern Railroad”.
“Aquí vienen muchas parejas jovenes con niños pequeños a
pasearse, a hacer pic-nics y a montar en los ponis. A veces parece que
estuvieramos en un jardin de kinder”, atestaba mi padre allá por el año 1995.
Mi padre trabajó en las propiedades que componen el Parque
Griffith por unos 13 años, desde mediados de 1988 hasta el 2001.
Casi 20 años han pasado, y los ponis siguen ahí. No se si
sean los mismos caballitos de antes por la edad, pero el concepto de montar a
los niños en ellos, mientras padres y madres toman fotos y los captan en videos
perdura en las nuevas generaciones de padres angelinos, decenas de ellos apostados
en las varandas aledañas al potrero con caminos circulares.
Eran las 11 a.m., y seguía mi vía cuesta arriba rumbo al
zoológico, pero un simulador espacial me hizo parar en seco.
Se trata de un vagón parecido al de un tren normal, pero de
unos tres y medio metros de largo por uno y medio de ancho, con cabida para
unas 12 personas. El subirse cuesta $3.
Por cinco minutos en un viaje estático, este artefacto
comienza a agitarse y moverse como si un temblor lo estuviera azotando de
izquierda a derecha, y de arriba hacia abajo. De repente líneas hidráulicas
conectadas a amortiguadores impulsaban al simulador a inclinarse en casi 180
grados, para luego vertir el movimiento a su lado opuesto.
“Se siente como si estuvieran en un caminito en tu casa
lleno de colchones y barricadas para los peques”, dijo Rocky, un padre de
familia mexicoamericano de complexión delgada con tatuajes en los brazos. “No es tan brusco o violento como parece”.
Según dice el Departamento de Parques y Recreaciones de Los
Angeles en su página en la internet, el
Parque Griffith es el parque urbano más grande en los Estados Unidos, el que
sirve como casa a variados animales salvajes y brinda a los angelinos la posibilidad de una
serie de actividades que van desde jugar golf, organizar picnics y festejos al aire
libre. Ellos incluyen cumpleaños, bodas y hasta bautizos.
Lea Griffith Park, Página 2