La silla se zarandea durante el viaje, y él debe aferrarse a algún caño porque su Flexicar no tiene freno. Antes de bajar, Gustavo le pide a un pasajero que lo ayude: "Bajá vos primero y tené fuerte las ruedas. “No te preocupes si reboto porque no duele tanto”, le explica.
En la calle, Gustavo ve que ya viene "el colectivo de atrás". Y confirma entonces que tampoco tenía rampa. Cruza Centenera y llega hasta la boca del subte de la estación Primera Junta de la línea A.
No hay ascensor. Tampoco escalera mecánica.
Gira su silla, y tomada del pasamanos, baja marcha atrás. Sus anteojos tiemblan con el gople de casa uno de los 20 escalones.
Recien en el último escalón, un guardia de seguridad privada lo ayuda. Pero aún quedan 20 escalones de otro sector, y Gus debe arreglárselas solo. En el andén se encuentra con Estela, una ex compañera de trabajo:
"¿Cómo bajaste?", pregunta ella. "Con voluntad”, dice él. “Soy leonino", justifica.
Gustavo parece un marciano en el vagon del Subte. Algunos lo miran como si pidiera limosna. "Por eso no me gusta viajar en subte. Es un lugar hostil para nosotros", dice.
Baja en Congreso.
Allí hay escalera mecánica: clava su silla en un escalón, se toma fuerte del pasamanos y sube. "Pero esto no puede hacerlo cualquiera", asegura. El sí, porque tiene brazos fortalecidos por el básquet que practica desde hace 30 años en el club Marcelo Fitte.
Son más de las cuatro y espera el 150, que lo llevará a Pompeya. Deja pasar varios colectivos para ver si alguno tiene piso bajo. Nada.
Entonces un chico con una mochila de “Viejas locas” lo ayuda a subir a uno común.
"Los Choferes no quieren abrirte porque creen que te vas a tardar mucho. ¿ Cuanto tiempo pueden perder, un minuto? ¿Y yo? ¿Quien piensa en mi? ¿La gente es solidaria? Algunos. Los menos si; ¡otros se hacen tontos!!!
La bronca de Gus tiene tambien otros objetivo: los políticos.
"No conozco a ninguno, NINGUNO, NINGUNO, NINGUNO que haya hecho algo por los discapacitados. Me gustaría ser presidente por un día para arreglar las veredas, tapar los pozos. Pondria multas a los autos que entorpecen el paso, y obligaria a todos los medios de transporte y a los consorcios de los edificios para que sean accesibles” dice Gustavo. “Les daria trabajo a todo los discapacitados, porque es la unica manera de insertarlos en la sociedad y as sertirnos “dignos”.
“La gente ahora protesta por la desocupación, pero nosotros siempre estuvimos, y estamos desocupados".
Sabe que es un privilegiado por su empleo en el Centro de Flores, donde anota a recién nacidos.
"Unos 12 por día", cuenta.
Pero Mónica, su mujer, también es discapacitada por una poliomielitis y no tiene trabajo desde hace mucho tiempo. "La gente cree que no mantenemos hijos, que no pagamos alquileres ni impuestos". Gus mantiene a Cynthia, su hija de 14 años, y a Claudio, el hijo de 13.
Baja en Esquiú y Sáenz, en Villa Diamante. Llueve y las calles están resbaladizas. En la esquina de Lebenson se enchastra con el agua de un pozo. Espera el 9, que lo deja en Moreno y Murguiondo, a metros de su casa.
Como no hay bajadas en las esquinas, Gustavo hace malabares para bajar de la vereda. Al fin llega a su casa. Mónica lo recibe con un gran beso. "Se sobre exige. Todo lo hace a fuerza de espiritu”, dice la mujer.
Son las seis. Hora del mate. Su hijo Claudio vuelve de la escuela: "¡Me saqué un 10!", anuncia. La pareja sonríe.
Gustavo se refugia en su hogar: "Los discapacitados también tenemos una vida, sólo que allá tendría que ser más accesible para nosotros", dice, señalando hacia la calle.
lunes, 21 de junio de 2010
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